El Jardín de las Rosas Negras

Empecé a pasear sin rumbo fijo, llegando hasta un lugar hermoso y a la vez tétrico. Flores, rosas, preciosas, de color negro, podían resultar terroríficas para muchos, a mí me causaban admiración. La forma de una flor, hermosa y elegante, que se marchita al poco de salir, demostrando lo efímero del tiempo y la belleza, del color de la muerte, un color siempre asociado con las cosas malas... era digno de admirar. Me maravillaba estar allí.
Al poco rato salí, no encontraba nada ni nadie interesante, las rosas habían atraído mi atención, pero no me iba a quedar eternamente con ellas.

Entro aburrida y me siento. Cojo una rosa con cuidado de no pincharme y mirando la flor admirada

Salí de mi entumecimiento para dar una vuelta, de nuevo, para pasear por el hermoso jardín. Un sitio brillante lleno de verde y con unas flores de lo más curiosas y elegantes, me podría quedar allí para siempre.

Me giré de donde estaba al escuchar una voz pronunciar mi nombre. Al verle allí de pie mirándome me dio un brinco el corazón.
Me acerqué a él sonriendo y le besé apollando mis brazos alrededor de su cuello.
-Te quiero. -Le dije tras separarme de él.

Sonreí y cogí una rosa. Se la acerqué a la nariz.
-¿No te gusta? -Inquirí tras hacérsela oler. -Por esto vengo aquí.

Dejé la rosa cuidadosamente en el suelo y me acerqué a él. Sonreí y le hice girar para que se diera la vuelta.
Acerqué de nuevo mis labios a los suyos y le besé.
-Eso es imposible.

Algo sonrojada sonreí ante sus bellas palabras.
-Ven. -Le dije susurrando y tirando ligeramente de su mano.